A lo largo de nuestra vida, siempre tenemos experiencias de aprendizaje: muchas de ellas nacen de nuestra propia voluntad y de nuestro deseo de ser mejores seres humanos; muchas de ellas nacen de la necesidad de mantenernos al día con el correr de la sociedad y de todos aquellos requerimientos para cumplir con los estándares que esa misma sociedad nos impone para ser parte integral de ella. Cualquiera que sea ese impulso para aprender, siempre subyace en él una actitud mental.
¿Cómo debería ser esa actitud que asumimos al entrar en un acto de construcción de conocimiento? Podríamos decir que al menos para empezar debería ser una actitud muy positiva pero no forzada, ni mucho menos desmotivada. Con ese tipo de actitud podríamos decir que empezamos un acto de aprendizaje adecuado. Llevamos una motivación intrínseca muy particular y necesaria para que ese acto de aprendizaje sea fructífero y enriquecedor; y ese es y debe ser el caso en todos los niveles de aprendizaje de la educación formal y no formal.
Como educador he tenido la oportunidad de comprobar este hecho, pero la instancia de mayor fuerza la puedo retomar de mi experiencia profesional adquirida a través de unos cuantos años enseñando español como segunda lengua en Costa Rica. Durante todo ese tiempo he podido observar las distintas motivaciones y las diversas actitudes mentales que traen todos aquellos que aspiran a aprender nuestro español. No obstante, he sido testigo de que en este proceso de enseñanza-aprendizaje entran en juego acciones que podrían ser determinantes para el logro de una experiencia de aprendizaje óptima: la motivación extrínseca.
Un ejemplo interesante de ello se da cuando muchos extranjeros se arriman a los restaurantes o a los negocios comerciales de Manuel Antonio y Quepos y hacen un intento por practicar lo mucho o poco que saben de la habladora tica. Lastimosamente, muchas veces ese intento se ve completamente frustrado cuando reciben una respuesta en inglés casi automática e inmediata.
Como dicta el refrán, no todo lo que brilla es oro. No todos los extranjeros rubios son anglo-parlantes, o posiblemente, no todo aquel que intente usar nuestra lengua para comunicarse traiga en sus espaldas un bagaje anglosajón como para que nosotros (asumiendo un presumido conocimiento del inglés) nos encarguemos de derribar esa motivación y esa actitud mental positiva que ya ellos traen con el fin de aprender nuestra lengua y con el fin de construir más conocimiento lingüístico. ¿Cuán frustrante podría ser eso para nosotros mismos si nos viéramos inmersos en el mismo intento por aprender una lengua distinta del español? Posiblemente diríamos: -“Para escuchar mi propia lengua mejor me quedo en casa”.
¿Será que tenemos una actitud negativa hacia nuestra lengua y no queremos propagarla? ¿Será que tenemos pereza de usarla con los extranjeros que no hablan mucho español? ¿Será que se nos agota la paciencia para ayudar y corregir cualquier distorsión en la comunicación lingüística? ¿Será que los errores cometidos e involucrados en ese esfuerzo que hacen por aprender español nos irritan los oídos y recurrimos a la manera más fácil de evitarlo hablándoles en inglés?
Podrían darse muchas respuestas a estas preguntas, pero definitivamente, esta situación genera otra pregunta. ¿Por qué no nos enamoramos más de nuestra lengua y la propagamos en una forma sólida de manera que se convierta en un sello cultural y lingüístico más representativo y autóctono de esta tierra? Creo que incluso para nosotros, como ticos, podría ser un poco irritante llegar a un restaurante de estos alrededores y recibir un menú en inglés cuando, posiblemente, nuestras destrezas para usar ese idioma son nulas o muy pobres.
Noam Chomsky, un reconocido socio-lingüísta, ya alegaba por ahí del año 1986 que cualquier intento por aprender una lengua (segunda o extranjera) ya conlleva en sí un acto de creatividad. En cierto sentido perfectamente aceptable, podemos asumir que aprender una lengua implica, no sólo memorizar y repetir patrones gramaticales ya establecidos, sino también tener la posibilidad de crear lenguaje espontáneamente. Por esta razón, insto a todo hispano-parlante para que se convierta en un propulsor no sólo de nuestra lengua (sin asumir una actitud lingüística chauvinista o purista), sino de retroalimentar y fortalecer cualquier intento de creatividad en la construcción del idioma. Seamos partícipes y artífices de buenas experiencias de interacción social. No nos convirtamos en una piedra en el zapato para aquellos que ya tienen una actitud mental positiva en sus experiencias de aprendizaje lingüístico porque estoy seguro que, en nuestro caso, no nos gustaría llevar esa piedra.
Gustavo A. Cerdas Sáenz
M. Sc. Psicopedagogía
¿Cómo debería ser esa actitud que asumimos al entrar en un acto de construcción de conocimiento? Podríamos decir que al menos para empezar debería ser una actitud muy positiva pero no forzada, ni mucho menos desmotivada. Con ese tipo de actitud podríamos decir que empezamos un acto de aprendizaje adecuado. Llevamos una motivación intrínseca muy particular y necesaria para que ese acto de aprendizaje sea fructífero y enriquecedor; y ese es y debe ser el caso en todos los niveles de aprendizaje de la educación formal y no formal.
Como educador he tenido la oportunidad de comprobar este hecho, pero la instancia de mayor fuerza la puedo retomar de mi experiencia profesional adquirida a través de unos cuantos años enseñando español como segunda lengua en Costa Rica. Durante todo ese tiempo he podido observar las distintas motivaciones y las diversas actitudes mentales que traen todos aquellos que aspiran a aprender nuestro español. No obstante, he sido testigo de que en este proceso de enseñanza-aprendizaje entran en juego acciones que podrían ser determinantes para el logro de una experiencia de aprendizaje óptima: la motivación extrínseca.
Un ejemplo interesante de ello se da cuando muchos extranjeros se arriman a los restaurantes o a los negocios comerciales de Manuel Antonio y Quepos y hacen un intento por practicar lo mucho o poco que saben de la habladora tica. Lastimosamente, muchas veces ese intento se ve completamente frustrado cuando reciben una respuesta en inglés casi automática e inmediata.
Como dicta el refrán, no todo lo que brilla es oro. No todos los extranjeros rubios son anglo-parlantes, o posiblemente, no todo aquel que intente usar nuestra lengua para comunicarse traiga en sus espaldas un bagaje anglosajón como para que nosotros (asumiendo un presumido conocimiento del inglés) nos encarguemos de derribar esa motivación y esa actitud mental positiva que ya ellos traen con el fin de aprender nuestra lengua y con el fin de construir más conocimiento lingüístico. ¿Cuán frustrante podría ser eso para nosotros mismos si nos viéramos inmersos en el mismo intento por aprender una lengua distinta del español? Posiblemente diríamos: -“Para escuchar mi propia lengua mejor me quedo en casa”.
¿Será que tenemos una actitud negativa hacia nuestra lengua y no queremos propagarla? ¿Será que tenemos pereza de usarla con los extranjeros que no hablan mucho español? ¿Será que se nos agota la paciencia para ayudar y corregir cualquier distorsión en la comunicación lingüística? ¿Será que los errores cometidos e involucrados en ese esfuerzo que hacen por aprender español nos irritan los oídos y recurrimos a la manera más fácil de evitarlo hablándoles en inglés?
Podrían darse muchas respuestas a estas preguntas, pero definitivamente, esta situación genera otra pregunta. ¿Por qué no nos enamoramos más de nuestra lengua y la propagamos en una forma sólida de manera que se convierta en un sello cultural y lingüístico más representativo y autóctono de esta tierra? Creo que incluso para nosotros, como ticos, podría ser un poco irritante llegar a un restaurante de estos alrededores y recibir un menú en inglés cuando, posiblemente, nuestras destrezas para usar ese idioma son nulas o muy pobres.
Noam Chomsky, un reconocido socio-lingüísta, ya alegaba por ahí del año 1986 que cualquier intento por aprender una lengua (segunda o extranjera) ya conlleva en sí un acto de creatividad. En cierto sentido perfectamente aceptable, podemos asumir que aprender una lengua implica, no sólo memorizar y repetir patrones gramaticales ya establecidos, sino también tener la posibilidad de crear lenguaje espontáneamente. Por esta razón, insto a todo hispano-parlante para que se convierta en un propulsor no sólo de nuestra lengua (sin asumir una actitud lingüística chauvinista o purista), sino de retroalimentar y fortalecer cualquier intento de creatividad en la construcción del idioma. Seamos partícipes y artífices de buenas experiencias de interacción social. No nos convirtamos en una piedra en el zapato para aquellos que ya tienen una actitud mental positiva en sus experiencias de aprendizaje lingüístico porque estoy seguro que, en nuestro caso, no nos gustaría llevar esa piedra.
Gustavo A. Cerdas Sáenz
M. Sc. Psicopedagogía
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